Son las seis de la mañana. Como todos los días, Leidy Laura Quiroga Acevedo sale presurosa de su casa, en el barrio Robledo Kennedy, para ir a su trabajo. Un rayo de luz cruza el espacio, hiere lentamente las nubes que cubren el cerro El Picacho y se posa sutilmente en la cara de Leidy, quien ya ha cogido la ruta de bus 252 para llegar al Parque Bolívar. Allí, ingenieros, maestros de obra y ayudantes rasos la esperan para una gran misión: la transformación del parque construido en honor del héroe que “cruzó el Ande que riega dos océanos”, como reza una de las estrofas del Himno Nacional.
El Parque Bolívar de Medellín, inaugurado en 1892 cuando la jungla de cemento comenzaba a crecer, es un ícono que alberga como huésped ilustre a la Catedral Metropolitana, la construcción en adobe cocido más grande del mundo, monumento nacional desde 1982, lugar donde esperan el gozo de la resurrección las cenizas del escritor Tomás Carrasquilla. Además de la parroquia madre, el Parque Bolívar tiene como tesoro la estatua del Libertador montado en su caballo de batalla, esculpida por el italiano Giovanni Anderlini. Aparte, este espacio de ciudad cuenta con su bien conocida fuente y cómo no nombrar a las ardillas, los aguiluchos, los loros, los colibrís y árboles como el gualanday, que celebró 120 años de edad, las ceibas trasnochadoras, las palmas reales, los laureles, los casco de vaca y la Calliandra medellinensis, única en el mundo, especies que han convertido este espacio en un pequeño pulmón del Centro de Medellín.
En este pequeño paraíso, Leidy Quiroga pone a diario todo su esfuerzo y dedicación como auxiliar de tránsito, otras veces como auxiliar de almacén y en algunas ocasiones se ocupa de la señalización para que todo el proceso de la obra transcurra sin inconvenientes. En el lugar donde muere el tradicional Paseo Junín se gesta un proyecto que contempla renovar la fuente, convertir el espacio de la retreta en un lugar más cómodo para los intérpretes musicales, cambiar toda la superficie del piso del parque y arreglar las vías laterales, todo esto para que regresen el mercado de Sanalejo, los tradicionales vendedores de helados, la retreta dominical, las parejas de novios y, por qué no, las polémicas futboleras, políticas, religiosas y hasta de farándula.
Son las cinco de la tarde, hora en que Leidy y los encargados de embellecer el Parque Bolívar regresan a casa. Se van con la satisfacción de aportar a su ciudad y la meta de entregar esta obra a los más de un millón doscientos mil medellinenses que a diario atraviesan el Centro y esperan ver transformado este tradicional espacio que acompaña nuestra vida y nuestra historia.
Ser parte del proyecto es para ella un orgullo, ese que se siente cuando se ayuda a mejorar la calidad de vida de las personas, una historia que Leidy le contará muy pronto a Mauricio, su hijo próximo a nacer y a quien espera llevar de paseo al renovado Parque Bolívar.
Autor: Mauricio Mejía